Un tapón en República Dominicana
- Christian Andrade Brito
- 10 ago 2022
- 1 Min. de lectura
Actualizado: 11 ago 2022

En el pavimento se reflejan las olas alegres del mar; entusiastas saltan hasta llegar al malecón donde los dominicanos —después de algunos días de ausencia— caminan con la prisa del mediodía.
—Por fin se fue esta vaguada, don Christian —me dice el recepcionista del hotel.
Él conversa poco, su español mezclado con creole no es claro. A lo sumo saluda; prefiere expresarse con su cuerpo y rostro.
—Sí, por fin solcito —le respondo.
Salgo por mi almuerzo con sonidos crujientes en la panza. Hoy me levanté tarde porque el ventilador, una vez más, me falló en la noche. Desde la esquina observo cómo las palomas se pasean dentro del restaurante chino. Algunas están en los pasamanos, otras bajo las mesas picoteando arroces que caen de los platos, y las más osadas reciben ventilación sobre las sillas.
Mientras pienso dos veces antes de cruzar la calle y entrar, un carro negro arranca de golpe para ganarle espacio a una moto repartidora de los colmados. Sin embargo, los dos caen a la zanja.
—¡Mamahuevos! Manejen con cuidado —grita Li, la dueña del restaurante chino, desde el frente.
—Es una zona universitaria —les recuerdo a los accidentados—. ¡Demasiada imprudencia!
El recepcionista llega corriendo, molesto, porque nuevamente taponaron el garaje del hotel. Algo quiere decir, pero prefiere mover sus manos como señal de que se larguen de ahí. Li cruza la calle, escabulléndose entre el tráfico, de forma violenta y desesperada.
—Estoy cansado de los accidentes —dice frustrado el haitiano.
—¿Siempre pasa esto? —pregunto.
—Todas las semanas —responde Li.
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