Mis 57 días de cuarentena en India
- Christian Andrade Brito
- 11 may 2020
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 16 jul 2020
Hoy cumplo 57 días en confinamiento. El 16 de marzo se suspendieron nuestras clases presenciales, pasamos a las famosas “teleclases”. Trabajos y deberes se mezclaron con la incertidumbre de no saber qué iba a pasar con nosotros. 23 estudiantes extranjeros en India sin tener ni la más mínima idea de cómo acabaría nuestro viaje de estudios.
Mis clases se suspendieron una semana antes de que el Primer Ministro de India, Modi, decretara confinamiento obligatorio en un país de 1.300 millones de habitantes. El domingo 22 de marzo se hizo un toque de voluntario para valorar la reacción de la gente ante el problema que se avecinaba, pero ya era tarde, inmediatamente al siguiente día se decretó cuarentena obligatoria para todos/as.

Semanas antes, mientras mirábamos cómo empeoraba la situación del Coronavirus en países europeos, nosotros dábamos nuestros últimos paseos en las calles indias. El último fin de semana nos escapamos a Udaipur, ciudad ubicada al oeste de India. Maravilla de lugar, pero no hubo un solo momento en que la hayamos disfrutado sin el miedo de contagiarnos, nos colocábamos desinfectante cada 5 minutos. Habrá un capítulo entero para contar la experiencia en la ciudad conocida como la Venecia de Asia.
En medio de toda la incertidumbre viajamos de regresamos hasta New Delhi, llegamos el lunes 16 de marzo a las 06:00 a la residencia donde vivimos, fue el último día que estuvimos fuera. Para ese momento ya se nos había notificado la suspensión de clases. Se cerraron todas las puertas en el campus, guardias en cada entrada y nunca más volvimos a salir.
Todo pasó muy rápido, también se clausuraron todos los espacios que aglomeraban gente dentro de nuestra residencia, desde la sala de lectura hasta el gimnasio. Poco a poco nos íbamos a aislando más hacia nuestros diminutos cuartos y ahí cada uno tenía algún problema, de esos que nadie se libra. O no funcionaba el internet o no había agua caliente, y así un sin número de reclamos que al final se resumían en caprichosos, ante la falta de consciencia sobre la extrema situación por la que atravesaríamos.
Emocionalmente nos preparábamos para lo peor, ¿qué podíamos esperar de un país como India frente a esta pandemia? Las noticias internacionales solo apuntaban a este lugar como el siguiente foco de contagios. Un país que vive del “boca a boca”, donde la gente hace vida en las calles, templos, parques o demás lugares, era una bomba de tiempo para que los contagios empezaran a expandirse y llegar hasta el último rincón de este subcontinente.
¿Cuánto nos van a sacar de aquí? La pregunta que nos hacíamos todos los días. Yo tengo que cruzar dos continentes les decía a mis compañeros, así que estoy hecho al dolor. ¿Pero cuál dolor? Al final del día lo único que me quedaba era reinventarme porque el panorama no era nada alentador y hoy menos.
Siempre antes de irme a la cama planifico qué voy a hacer al siguiente día. Un médico argentino, que conocí en la Embajada de Ecuador en India, me dijo “haz lo que te gusta. Recuerda que tarde o temprano volverás a la rutina de cualquier trabajo que consigas en tu país. Hoy solo disfruta que estás acá”. En 57 días las cosas han ido de menos a más, con sus respectivos altibajos por supuesto. Pero lo hemos sabido llevar.
A mitad de la cuarenta casi se nos llevan a algunas amigas en vuelos de repatriación, pero al final terminamos el curso todos juntos. Primero una compañera de Rusia tenía ya el ticket en mano, era seguro que nos dejaba y lo mismo estaba por suceder con las chicas de Jordania y Palestina. Casi entre lágrimas se despedían, solo estaban a la espera de la confirmación de su vuelo, pero nunca se activó en ese momento el aeropuerto en New Delhi.
En medio de todo el caos y restricciones que se vivían en India, llegamos al último día de nuestro curso con una ceremonia más que improvisada. Yo vestí mi traje típico de la India que lo había comprado para usar cuando vaya al Taj Mahal, cosa que nunca sucedió. Otros con los trajes típicos de sus países o algún terno o vestido elegante. Somos la promoción 72 Specialization Diplomate Course Development Journalism y quedará en la historia por el nivel de amistad, solidaridad y compañerismo que llegamos a formar por las circunstancias de la pandemia del coronavirus.
Fiesta en medio del Covid-19
Al que le tocó cumplir años en medio del confinamiento se le realizó las mejores fiestas. Nos reuníamos todos en un cuarto, esperábamos hasta las 00:00 para ir hasta su cuarto a cantar el feliz cumpleaños. En medio de todo el alboroto que se armaba yo tenía que ingeniarme para entonar alguna canción con la guitarra, instrumento que nos hizo muy felices en las noches que se convirtieron en eternas.
Después a bailar en el cuarto del último piso, el cumpleañero escogía la música. En este caso nuestra amiga de Tanzania estaba de cumpleaños, así que nos regaló toda su playlist de su país. Terminé hasta con un hiyab en mi cabeza. Hace rato que no había visto esos rostros de felicidad. Así tuvieron la dicha de celebrar sus cumpleaños algunos compañeros.

Y las noches bohemias no faltaron. No sé cuántas embajadas y consulados de mi país dieron RT en mi Twitter a mi video, con sentimiento para mi patria grabé un pedazo de la canción A mi Lindo Ecuador y lo envié al grupo de WhatsApp en el que estamos todos los compatriotas ecuatorianos varados en India. Canté descoordinado, aplastando mal las notas porque las cuerdas eran metálicas y me dolía la yema de mis dedos.
Pese a todo eso se acercó mi amigo de Tayikistán y me agradeció por haber cantado toda esa noche. Me contó que no la estaba pasando bien metido en el campus durante los últimos días en la cuarentena, pero una noche de música había cambiado rotundamente su estado de ánimo. Desde aquel día no le he visto bajoneado más. Así hemos buscado actividades para darnos una mano y no dejar que alguien decaiga.
¿Cuántos cambios de look en medio del confinamiento?
2 veces me corté el cabello en India. Mi amiga de Colombia ha soñado con peluquear alguna vez en su vida, yo estaba mechudo y el día menos pensado amanecí con una sobredosis de adrenalina. Hagámosle dije, iba sin miedo a raparme todo. Mi nueva barbera eléctrica no ayudaba mucho y a mitad del corte surgió el dilema si me vuelo todo o mejor me hago una cresta.
Con 27 años ya mis sueños de tener esos cortes extravagantes habían quedado en el paso, en aquellos momentos de locura de colegio o universidad. En India volví a esa adolescencia. Terminé con una cresta punk que daba miedo. No había persona alguna que no me veía con cara de ¿cuándo pasó eso, Christian?
3 semanas duró la emoción, era imposible pararme la cresta. Nuevamente armamos el plan para cortarme el cabello. La idea siempre ha sido encontrar actividades que nos mantengan entretenidos y que el ánimo no decaiga. La segunda vez fue un corte a ras. Con el miedo de cualquier joven que sabe que el día menos pensado se va a quedar calvo, porque ese ha sido el destino de mi familia, cogió la maquina mi amiga y el resto es historia. Nuevamente las miradas me perseguían, Christian te encuentras bien me decía mi director del curso cada que me veía con un nuevo look.
Las despedidas
Casi medio año en India hemos compartido con gente de Siria, Perú, Egipto, Afganistán, Sri Lanka, Namibia, Belice, El Congo, entre otros. Para ser exactos 20 países, todos en vías de desarrollo como Ecuador. No ha habido otro lugar en el que haya aprendido más. Ha sido una escuela de vida.
Y por eso el tiempo no corre al mismo ritmo que antes. Los días que podíamos salir a conocer templos, mezquitas, ir de shopping y distraernos quedaron en recuerdos. Hoy en cuarentena hay días que son eternos, pero llegan a su fin y al suceder eso viene otro y así hemos completado 57 en confinamiento.
Para esta fecha ya 2 compañeras en los últimos días lograron conseguir un vuelo humanitario. Mi amiga de Afganistán se fue hace una semana, recién hoy logró conseguir internet en su país y nos ha contando que se encuentra bien en su casa. No sé imaginan cómo explota nuestro grupo de WhatsApp cada que tenemos alguna buena noticia.
Hace 4 días se fue otra amiga a Egipto. La despedida la noche anterior a su partida fue especial. Nos bailamos desde música árabe, africana, india, hasta cumbia latinoamericana. Coreamos el nombre de ella hasta quedarnos sin voz o yo particularmente lo hice. No puedo no emocionarme, cada que alguien se marcha se llevan un pedazo de mí hacía sus países. No ha habido una sola amiga que no me haya dejado algo de su país, hasta regalos para mi mamá me han encargado.
Es el día, llega el auto que le llevará hasta el aeropuerto a mi amiga de Egipto. Antes que se suba al auto nos damos un abrazo fuerte, segundos antes alguien logra eternizar ese momento en una foto y le digo al oído “gracias, el primer día que estuve asustado en India fuiste la primera que me ayudó”. En fila se preparan para despedirle también con un abrazo y algunas palabras, que solo ella sabrá. Cuando se apresta a marcharse le seguimos corriendo al carro hasta la puerta del instituto, como si fuéramos guambras jugando.

“Cuánto nos tocará a nosotros subirnos a ese carro”, nos decimos mientras volvemos caminando todos a la recepción. Empiezan las despedidas, de manera atípica cada uno tendremos que volver a nuestros países, aunque no sabemos cuándo. El rato menos pensando me avisarán de un vuelo y todo habrá acabado ahí. Mientras tanto no he parado de escribir, planificar mi siguiente post, y activar mis redes sociales de mi blog.
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